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En realidad me aburrí. El tiempo pasa lento ahí y más cuando uno está solo. La gente se me quedaba viendo como si E.T. estuviera sentado en una banca debajo de un ceibo -que presumo lleva varias décadas ahí plantado-. Mientras ellos me observaban bebían Salva colas o Big colas. Yo me sentí incómodo, como un espectáculo de circo pulgoso. Las yemas de mis dedos las empecé a ver como chibolas -como E.T. - así que me levanté de súbito, con dignidad, y enchancletado me fui a ver molinos y cantinas. Que se suceden uno tras otro. La masa de maíz y el guaro gobiernan.
Vi pocos refajos. Escuché muy poco náhuatl. Y cuando lo escuché fue porque casi supliqué que dijeran algo. No sé si con mi petición conseguí que me putiaran, yo oí algo así como: "huishtli silp tiu suk tona tiú". Amén, gloria a Dios -dije yo-.
Una señora -indita- se puso a llorar conmigo. Fui su pañuelo. Ella me explicó que "no tenía quién por ella". Yo también -Le quise decir-. La soledad nos estaba acribillando a los dos. Con lágrimas secas, ambos entramos a la iglesia, ella con su mantilla negra se persignó ante un enorme óleo del purgatorio y luego saludo al santo patrono: Santo Domingo. Él con sotana y en actitud mendicante, acompañado de un perro que parece apunto de ladrar la veía con tristeza. "Antes eran dos perros. Uno se extravió" me dijo el sacristán en referencia al santo y su mascota. El septuagenario sacristán terminó siendo mi chero y hasta tocamos las campanas juntos. Los oídos casi se me revientan. Él con su campana y yo con la mía. Yo encantado viendo la iglesia, de arquitectura sobria, pero con detalles que ponen al cerebro a hacer ejercicios de historia.
Así como el santo, todo el pueblo está lleno de perros. De la raza "aguacaterrier" y la mayoría con sarna, pirruña, jiote o qué sé yo. Como el tráfico de vehículos es casi nulo todos los canes sacan la lengua y se echan sobre los adoquines. Lo mismo hacen algunos chanchos, patos y todo tipo de ave de corral.
Conocí a mucha gente. Al alcalde. Al cura. A dos profesores de náhuatl. A una indita que tiene una tienda y que la atiende "topless" como en los tiempos "diantes". Conocí a gente que me dijo que no caminara solo "por ay" porque había maras o bolos. Gracias, gracias a ellos por decirmelo. Aunque, por ser día de semana, no podía quedarme todo el tiempo con ellos. Ellos trabajan. Abonan tierras o redondean comales.
La parte terrible de este viajecito, fue ver caer la noche sobre las tejas y láminas de Santo Domingo. Me dieron chance de dormir encerrado en la Casa de la Cultura. Con teléfono a disposicíón. Baño con ducha. Computadora con Word pero sin Internet. 55 sillas de plástico. Tres ventiladores de pedestal. Un pizarrón para hacer garabatos o darme clases de geografía. Una mesa para 12 comensales que yo utilicé de lecho o catre. Dormí entre toritos pintos y 6 estantes repletos de libros. Entre ellos resaltaban unos amarillos. No podía creer que tuvieran cinco National Geographic (todas eran de 2001, pero estaban casi nuevas, quizás de tanta gente que las ha leído).
Si uno se fija, en los estantes hay dos libros pegaditos. De la DPI. Eran Jorge Galán y Krisma Mancía. No podía creer que ellos estuvieran ahí en la selva literaria y metafísica. Los iba a leer pero un murciélago entró y me puso en guardia.
Yo encendí luces. Tome una escoba. Me eché repelente -en spray- para insectos. Me arropé a modo de sotana dominica. Sudé, leí, sudé y cuando me aseguré que Batman se había ido me bañé. Me unté Head & Shoulders y me sentí fresh y vigoroso para la lectura. Opté por leer las National Geographic. Pero el murciélago entró otra vez y hasta le hable en náhuat y nada: no se iba. Creo que quería mi sangre. Así que me puse más repelente y yo no paraba de toser de la intoxicación.
Después de mis espasmos neumológicos, la pequeña gárgola sonsonateca se fue. La asusté. Pero prosiguieron unos extraños chillidos, creo que eran ratas, que yo empece a imaginar de gran dimensión. Tipo cotuzas. Luego alguien aruñó la puerta y yo preguntaba "Quién es". La sugestión me constestaban con una lluvia. Las ánimas me estaban buscando. Creo que me afectó ver el óleo del purgatorio. Y para más joder: el reloj apenas parpadeaba las 10:00 p.m. El pueblo entero roncaba, o parecían estar así, mientras yo me derretía del pánico en La Casa de la Cultura. Mi hotel.
Casi no dormí. Me levanté a las 6 a.m. y tomé un bus a San Pedro Puxtla, como nueve kilómetros al noroccidente. San Pedro es bonito. Fresco, grande y civilizado. Tengo una amiga gringa allí, pero no estaba, así que tomé otro bus de regreso, me dormí en el trayecto viendo a Acajutla aparecer desde lejos. Dios me quiere, de plano, porque me desperté justo en el desvío a Santo Domingo, sino, me hubiera ido hasta Sonsonate y sin dinero.
Desde las 11:00 a.m. dormí en una banca del convento de la iglesia. A la que entré por 14,001 vez. Me despertaron los 12 campanazos del mediodía. Luego platiqué con el mayordomo de la cofradía, una artesana, el sacerdote, de nuevo con el alcalde y casi a las 4:00 p.m. me despedí de Santo Domingo. No querían que me fuera. Yo me lamenté de no haber ido a las cascadas y de no tener suficiente dinero como para comprar ollas de barro y mil chunches más a precios de entre $5 y $8.
Un bus de colores me sacó de Sonsonate. Costó $1.45 con destino directo a San Salvador, en uno de sus televisores, no lo podía creer, estaba saliento la película de Mel Gibson que narra la apocalipsis de los mayas: "Apocalipto". Más indígenas, pero con taparrabos, flechas y plumas. Los de Santo Domingo son bilingues, visten Levi´s, son medio cheles como yo, pero lloran de soledad. Su lengua muere. Su apocalipsis se está cumpliendo.
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