martes, 11 de noviembre de 2008

The wonder cheros


Ya no somos cheros como hace años. Ya no. Recién me he dado cuenta que Max Sánchez fue el mejor amigo de mi infancia. Él era el gordo y yo el flaco. Los dos eramos cheles, aunque Max era más bien rojo y salpicado de pecas.

En los primero años de colegio, en el Externado, eramos uña y mugre. Más que un efímero compañero de clases, era un eterno compañero de recreos. Para ambos, todos los adultos (sobretodo la maestra Paulina) eran unos "pedorros"; nuestros juegos eran hacerle cosquillas a los pies de la virgen María -una estatua de mármol que nunca sonrió, siempre estuvo triste-; y la máxima diversión era bajar a nalgazos una ladera engramada que nosotros bautizamos como "Monte Fuchi-Nalgas", en alusión al Monte Fuji japonés, que salía en Mazinger-Z, una caricatura de la TV.

Max y yo fundamos una de las primeras maras del país. Eramos la pionera Mara Cuyá, o la Mara Enyi (enyinada). En nuestra mara cabía el chino Xiú (ahora ya casado), Manzur ( hijo de un boxeador, pero ahora vive en Canadá) y Mario (Mario sí, él forma parte de una clica hoy en día). Todos nos hicimos pipí más de una vez en clases, porque hasta para eso había semáforo. Nos subíamos a las pirámides de la capilla. Jugábamos entre las ruinas que dejó el terremoto de 1986. Después de jugar con lodo nos revisábamos la lonchera metálica, para ver qué podía ser guebiado o qué criticado. Max era la burla, él llevaba panes con plátano frito, frijoles, huevo picado y jalea. Y siempre se le rebalsaba el termo. Le tocaba comprar con una peseta: un quesito, una bolsa de mango y un fresco de tamarindo.

Pero lejos del fresco de tamarindo, creo que los profesores me llamaron más la atención a mí que a Max. Yo solo pasaba en la dirección o sentado frente al pizarrón de yeso, porque comentaba en clases lo que veía en el "Show de Cristina", y se me acusaba de agitador. Max me apoyaba con la mirada, desde un lejano pupitre. Era solidario.

Una vez, la maestra Paulina se encachimbó tanto que nos sacó de clases a los dos. Con todo y pupitres. Nos llevó a la mitad de la enorme cancha de fútbol y nos pidió repetir 150 veces: "No debo hablar en clases, ni mentir", veíamos rosado el cuaderno por el refulgor y la verguenza. Tras corniados apaleados: teníamos que correr diez vueltas a la cancha. Eso todavía me sabe a duro castigo.


Hace poco, en el fatídico gimnasio al que voy, me encontré a la mamá de Max, Lilian. Ella me saludó, muy efusiva. Teníamos más de 16 años de no vernos, desde que la familia Sánchez emigró a Canadá y luego mi familia, la Chávez, hizo lo mismo, pero a Guatemala.

Yo sabía que los Sánchez vivían otra vez en El Salvador desde hace 10 años. De hecho, viven cerca de mi casa. Pero Lilian me actualizó. Me contó que Max es todo un ingeniero civil, graduado de la UCA. Que tiene un buen empleo. Y que hoy vive casado y aparte.

-Wow, yo no he hecho eso aún. Creo que me dejó el tren.
-Carlos qué bueno verlo, Usted me recuerda otros tiempos. Salúdeme a su hermana, a su mamá...

Yo no le dije lo mismo a Lilian. Entiendo que todo tiene caducidad, incluso aquella amistad. Pero en el fondo, ver a la mamá de Max, sí, me recordó otros tiempos. Vi el Monte Fuchi Nalgas una vez más. Vi la complicidad de dos sonrisas ingenuas. Y me dio nostalgia. Vi otro tiempo en el cual prescindía de usar desodorante-antitranspirante; donde la palabra "sexo" me causaba solo risa y asombro; y donde con muy pocas cosas era muy feliz.

Circa 1992

Nota: Fui compañero de estrellas de cine: Súchit Chávez. Un grado más abajo estaba César Castro Fagoaga, y mi hermana. Y dos grados más abajo, Eduardo Chang (que a su vez viajaba en el mismo microbus VolksWagen, donde iba Max, mi hermana y yo).

2 comentarios:

  1. hay q bonita esa historia, a ver si podes poner mas grande la foto para ver a la mara enyi jajajajajaja :D

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  2. Casi que te puedo ver jadeando y con los cachetes rojos corriendo en la cancha jajajajaja!

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