lunes, 4 de marzo de 2013

Mi primer mes en España


No sé si odio o amo al periodismo. No sé si he perdido peso o he engordado. Ya no sé siquiera si extraño la rutina que llevaba antes en El Salvador.  Solo sé que desde hace un mes vivo en Madrid.

Desde que aterricé en Barajas me he sentido cada vez más despistado. Todo me parece un desfile de clichés y novedades.  Para empezar, ya no vivo en el tropicalísimo Antiguo Cuscatlán, sino en Barrio del Pilar, un sector erizado de edificios setenteros,  cerca de un Corte Inglés, el celebérrimo almacén español del que tanto me hablado mi papá desde que era pequeño.

Comparto apartamento, en un noveno piso, con tres periodistas, dos uruguayos y un mexicano, todos son buena onda. Desde la terraza, donde he vuelto a fumar, además de un estación de bomberos, puedo ver los rascacielos más altos de la ciudad y unas montañas nevadas que me sirven de brújula. Me señalan el norte de esta urbe con más de 3 millones de habitantes.

Me resulta complicado describir lo que ha sido este primer mes. Uno de los becarios, el que alguna vez me dijo amor, ahora me odia, o más bien, lo que es peor, me desprecia. En contraste, un español me enseñó su pene y el que es mi jefe me baila mambo para hacerme sentir "más en casa". No todo es color de rosa, el director del curso me llamó la atención por revisar Facebook en clases. Un viejito me puteó por no cederle el paso en el bus.  A veces me siento ninguneado en el diario donde hago prácticas, el ultra derechista Diario ABC. A veces, los españoles me parecen muy pesados o muy buenas personas. No hay puntos medios en esta situación. Contra lo que esperaba, me llevo muy bien con las becarias argentinas. He visto nevar y llover. He visto edificios de Gaudí y pinturas de Velázquez. He visto la torre de Londres y muy pronto veré la torre Eiffel.  Me duelen las piernas de tanto caminar. Estoy aburrido de usar bufanda.  Me corté el cabello casi al rape. He comido un "pirulí" de mariguana y una paella de 30 euros. Los quesos y jamones me parecen deliciosos y baratos. La Coca Cola, en cambio, me parece carísima.

A veces pienso en lo mismo, pienso en lo que sucede del otro lado del mar. Quisiera que mi país fuera más feliz. Quisiera que mi mamá no tuviera que pensar en divorciarse. Quisiera que mi papá fuera menos mierda. Quisiera tener más energías para decidirme a correr en el parque.  Quisiera estar cerca de mi hermana, justo ahora que está a punto de parir. Quisiera abrazar a mi abuela Mila. Quisiera tener intimidad, un poquito nomás.  Quisiera ser menos miedoso, tenerme más fe. Quisiera tener más voluntad para leer, pintar y escribir. Quisiera ser más disciplinado, más sabio.



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