sábado, 28 de junio de 2008

De caites y tacones

Leisure and fashion
Siempre me han gustado los zapatos.
Me gustan casualones. Cafés, azules y celestes. En marcas, los Diesel y Salomon siempre han flechado mi débil corazón. Siempre los veo detrás de las vitrinas. Pero con el tiempo he dejado de ver marcas y poner atención en las formas, y la comodidad.

Los zapatos se arrugan como yo. Adquieren manchas. Recuerdo que una vez bajé al cráter del Boquerón, en pleno reporteo, con un par de $60. Eran medio puntudos, tipo Locomía. Regresaron arrugados y lodosos, pero no adquirieron olor a azufre. Hace unos días los incineré. Si tuvieran voz, estoy seguro que me hubieran dicho "Gracias Carlos, quemados sufrimos menos. En nuestra otra vida queremos ir de China directo a tus pies". Ya tenían medio año de vida. Les saqué trote. R.I.P.

Cuando era adolescente compré un par de esperpentos, que me eriza el pelo recordar: unas botas plataforma con hebilla y todo. Qué asco. Pero era la moda "rocker looser" de los noventas. Te abrochabas esas mierdas y perdías peso, porque cada bota equivalían a cuatro libras de piedras. Caminar con talante digno requería esfuerzo y disciplina. Al menos las piernas me quedaron torneadas y fuertes. "Es que uno de cipote es tonto", decía Aniceto.


Zapatos de mi abuela Milagro. Hay quien dirá que los zapatos son un apéndice de nuestra personalidad. Mi abuela dice que se ve pura vieja pícara con estos. Muchos compramos más que una suela, un estilo. Los zapatos para mí son insufribles. Me gustan, pero no ando con contemplaciones de conservación.

Estos zapatos negros, formales, (ver imagen abajo) los aborresco. Me costaron $47 y no los uso. "Tenes que andar gente, niño" me grita mi progenitora siempre que me ve con mis "charrascas viejas". Yo compré estos negros petróleo para un funeral, al que no tenía ni vela. Cuando meto mis pies ahí dentro me siento como un pato. Cuack Cuack. Y así los llamo. Están al fondo del closet, marginados.


Estas chanclas me las trajeron de Canadá. Pero antes fueron hechas en China. Me gusta andar en sandalias. Aunque, cuando voy a potreros o charcos prefiero aventarlas. Son traicioneras a la suciedad y a los mordiscos de lagartos, culebras, zancudos y perros. A los gringos les encantan. Nuestros inditos usaban unas similares, de caucho y cuero, a inicios del siglo XX.



Made in Portugal. Desde que llegó Zara al país he comprado varios pares ahí. Con este dúo portugués entrevisté a mucha gente. Yo feliz de pie, disfrutando de ellos. Los use muchísimo. Día tras día. Por ser cafés con blanco los podía combinar más fácil. Ahora casi nos los uso porque están deformes como un camote. Costaron $6o y fichas. Su etiqueta aseguraban que eran de cuero de res, yo creo que son de cuero porcino. Pero a mi me vale ver-gabiotas.


La Santa Inquisición. Estos zapatos son de España, parecen santos, pero eran un suplicio andarlos puestos. Con este par de herejes sí sufrí. La cosa es que ya los había visto en Zara pero costaban $65. No quería pagar eso. Cuando regresé un mes depués lo encontré en $40 pero sólo había un número menos que el mío (9) y me decidí a tenerlos. Mis dedos robustos no cabían. Pero hice que cupieran. Ahora los veo con desdén.




Estos sí me gustan. Reúnen las cosas que me gustan de un zapato: cafés, suela delgada, remaches discretos, sin cintas y si no los lustras hasta se ven medio rebeldes. Pero sin parecer bohemios o vago.




Estas las compré hace como un mes. Para sustituir unas cafés que siempre odié. Estas son Tommy Hilfiger, pero su nombre no impide que dejen de hacer ruido cuando camino con ellas. Con estas caminé por Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Puxtla. Algunos perros me ladraron pero los amenacé con tirarles una chancla y se iban.


Sports Ilus-frustrated. Cuando tuve un intento de ir al gimnasio compré esta mancuera sintética. Su blanco es inmaculado y por eso casi no me los amarro. Me da cosa dejar ciego a alguien con el refulgor tropical. Algún día harán spinning y levantarán pesas. Aumentarán mi capacidad psicomotriz. Son mi esperanza.


Low profile. Estos tenis me gustan. Tienen un estilo armónico con la época, llena de trajines y cambios de escenario, aunque tienen ciertas reminicencias "vintage", medio ochenteras. Yo los llevo al trabajo con una camisa manga larga y jeans. Son cómodos, aunque el cuero blanco se mancha con la lluvia y con el clutch del carro.


Circus in town. Yo los veo bonitos. Pero a la hora de salir de la ducha no sé que ropa ponerme con ellos. Casi siempre que me los pongo en conjunción de una camisa verde a rayas. Paresco una culebra de coral cuadrúpeda deslizándose por los vericuetos de la vida. Los sábados me los pongo con una bermuda, sin calcetines. Siento que tienen un carácter o diseño medio pueril.


Los brownie. Me gusta su estilo. Medio sofisticado y casual. De hecho dicen "Zara casual". Tienen broches con velcro. Antes tenía unos parecidos, eran Skechers, pero una vez que fui a Costa Rica, me compré unos más horribles allá. Me quité los Skechers, me puse los ticos, y los abandoné en una calle, cerca del museo del ferrocarril, con la esperanza de que se los llevarán a dar un paseo más largo.
Con estos cafés fui hace poco a Chalatenango y los hundí en una fosa de heces de res. Luego los limpié en un chorro y quedaron intactos. Listos para ir a otros potreros.












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