domingo, 23 de noviembre de 2008

Destinos

¿Existe el destino?
Hoy ando esotérico. Eso a pesar que siempre he creído poco en horóscopos y en que cada ser humano tiene su rol en este universo de estrellas solitarias y galaxias. ¿El destino es destino? o ¿Es cuestión de karma, la ley de causa y efecto?
El miércoles conocí, por primera vez, a Matilde Elena López, la famosa escritora salvadoreña de la generación del 44. Tiene 87 años de edad, pero no lo recuerda ya. Las ideas se le escabullen como ratones asustados.
Ese día me repitió lo mismo, una y otra vez:
-La vida es más grande que el destino ¿Le gusta esa frase verdad?
-Sí, mucho.
-Pues es genuina de Matilde Elena López. Yo lo estaba esperando joven.
-Para qué
-Para que escriba de mí.
Yo me quedé helado por su respuesta. Porque recién había llegado a su casa, sin previo aviso, sin previa presentación. Sin gafete. Yo asentí que era periodista y a los dos segundos se le olvidó. Y me siguió martillando con aquello del destino.
Hace unos post atrás escribí sobre la olla de Guatajiagua: Revuelo de olla. El caso es que yo viajé un sábado a Guatajiagua a repotear sobre el tlameme. Tenía una conjuntivitis de perro en el ojo derecho. Aún así me alejé de la casa del tlameme y me fui caminando por el pueblo. Mientras camiba vi una calle adoquinada que subía una cuesta. Estaba desolada y con grafiti de maras. Pero me atreví a subirla, sin razón alguna. Allí conocí a la señora que me dio la olla.
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El caso es que apunté su nombre en mi libreta. Luego la libreta la perdí en el pueblo. La busqué por todos lados. Y así me regresé a San Salvador. Perdí el nombre de la señora y perdí mucha otra información. A la hora de escribir sobre barro negro, en la redacción, recordé que cuando era niño recortaba periódicos. Que había escrito algo que leí en La Prensa hace años atrás sobre Guatajiagua. Consulté mis recortes y la información que apunté era muy básica. Despegué los recortes para ver fechas y consultar en la hemeroteca de La Prensa el artículo original.
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El caso es que no encontré fechas. Pero detrás del recorte que ven arriba había un teléfono de 5 dígitos. Averigué en Internet que El Salvador cambió de 5 a 6 dígitos en 1993. Me fui a la hemeroteca de La Prensa, los periódicos se guardan en libros empastados clasificados por meses. Cuando llegué le dije al joven ahí que quería revisar periódicos de 1993. Pero en su escritorio había un tomo correspondiente a mayo. Le dije que iba a revisar ese. ¿Destino o casualidad? Dos minutos después encontré allí el artículo completo, fechado el 16 de mayo de 1993, pero el texto era básico, básico. No encontré información nueva. Con desdén leí los pie de foto. Y en la foto de arriba leí "La señora Sebastiana Hernández al momento de alisar una vasija".
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En ese momento recordé a la señora que me dio la olla. La recordé pronunciado ese nombre. En la foto de 1993, obvio, lucía más joven y delgada. Pero era ella. En la foto está sentada en la misma banca donde yo la entrevisté (Arriba del paredón pasa la calle adoquinada). Y lo que más me impactó fue que la señora me dijo que "De estas ollas ya no se hacen en el pueblo, porque son muy grandes y cuesta hacerla, esta que le doy está vieja, tendrá unos 20 ó 30 años".
O sea que desde 1993 la olla me estaba esperando. En su casa no hay más así.
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Su nombre es Sebastiana Hernández. Y cuando tenía 12 años le puse pies a su foto: "Diestra artesana de Guatajiagua". La he tenido recortada en una hoja de papel bond desde 1993.

Pero lo de la olla no ha sido lo único. Cuando mi familia emigró a Guatemala, y yo recién desempacaba, en una caja encontré una antigua tarea de colegio: "cómo membretar correspondencia". En el sobre internacional había inventado una dirección algo así:
"Colonia Mariscal, calle 23, zona 11, #411, ciudad de Guatemala".
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El caso es que esa dirección era de una casa que estaba a dos cuadras de la oficina de mi papá. Mi familia se quedó muy sorprendida también. Luego, allí en Guatemala, mi mejor amigo cumplía años el mismo día que yo: 7 de octubre. Y la mejor amiga de mi hermana, el mismo día también: 6 de abril.
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Este año, un mes antes de mis vacaciones de año, yo me iba para Cancún. Había una oferta de vuelo ida y vuelta a $260, pero pasando por el D.F. Yo siempre estaba apunto de comprar el boleto. Pero luego se me quitaban las ganas. La señorita de la agencia de viajes me dijo que por $460 tenía derecho a 3 días de hotel, comidas, discoteca y vuelo. Toda una oferta. Pero aún así no quise. No me latió.
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Este blog es testigo de que no invento nada. En los primeros post hablo sobre "sueños recurrentes" y allí escribo sobre cómo sueño que camino por una ciudad colonial que yo creo que es Ecuador o Colombia. Ese meses soné mucho con casas coloniales sobrias, calles angostas que nunca vi en Guatemala o México.
De pronto en el periódico vi que ir a República Dominicana era viable. Y me fui para allá, casi sin pensarlo. Cuando empecé a caminar por el centro de Santo Domingo recordé el sueño. Mi sueño no era Cancún, no era Boyacá, ni Guayaquil, era Santo Domingo. Sentí como un deja vu. Me zambullí en mis propios sueños. Cuando regrese ya no soñé más con casas coloniales.
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Quiero terminar con algo que me hace llorar. Y no sé si es el destino o es casualidad. Mi querida abuela María. Mujer de inteligencia superlativa. Tres meses antes morir, de cáncer, me regaló unas semillas. Yo le pregunté de qué eran. "Vos sémbralas y vas a ver qué bonitas son, me contas de qué color te salen", me dijo. Hasta el día de su muerte me gustaban las plantas, y yo hice lo que ella me pidió al pie de letra. Vi cómo la planta crecía día a día en mi jardín. Era una escuálida plantita que tenía hojas como de mariguana y me afligí por eso. Tres meses después la planta empezó a exhibir unos enormes capullos como forrados en gamuza. Yo calculé que un día después le contaría a mi abuela de qué color era, por fin.
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Esa noche, como a las dos de la madrugada sonó el timbre de la casa. Alguien dijo que mi abuela se había ido ya, para siempre. Entonces corrí hasta su cama y me quedé con ella hasta que el sol salió. Hasta que se llevaron su cuerpo a la funeraria, entonces, regresé a mi casa a vestirme de luto. En la sala sentí un sopló de viento y vi entre la ventana que la planta de Mariguana se asomaba. En la punta tenía una enorme flor. Una flor amarilla con un intenso centro rojo. Entonces lloré. Porque no le pude contar a mi abuela de qué color era. Que la flor era más bonita de lo que pensé.
No sé si es el destino. Yo creo que es realismo mágico. Literal. La vida está lleno de eso. Yo de momento me aferro a lo que dice Matilde Elena: La vida es más grande que el destino.

4 comentarios:

  1. A mí dijo lo mismo Matilde Elena. No te asustés, tata.

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  2. Puya, qué lindo lo de la señora de Guatajiagua... el país, el mundo es tan chiquito.

    Saludos, Carlos.

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  3. Yo si creo en el destino y en esas cosas, en el efecto mariposa y de q todos en el mundo estamos conectados por no se cuantas personas.. no todo en la vida tiene explicacion, lo digo yo q soy fanatica de los hechos comprobados y d la ciencia... lo mejor es ver esas cosas con los ojos y el corazon bien abiertos, como niños descubriendo el mundo

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