miércoles, 2 de noviembre de 2016

Te dejo Meanguera



Ayer dejé la isla. Mi salida del trabajo no me gustó tanto, pero creo que ahora estoy mejor conmigo mismo. Como dice el dicho: "Todo lo que empieza mal, termina peor". La isla es un mundo aparte. Tiene sus propias leyes tácitas. Y los que nacieron allí saben perfectamente que viven en un paraíso que con frecuencia se transforma en un infierno.

Nunca pude mimetizar su acento y sus bromas. Ya no escucharé los chismes sórdidos sobre quién es puta y quién es puto. No escucharé las mismas canciones de la rocola del pueblo, a todas horas y siempre a todo volumen: Luna de Ana Gabriel y "Era del signo libra".

Creo que desde antes de darme cuenta que me iba definitivamente, la vida o Dios me daba señales de que se acababa un ciclo. El miércoles hubo una boda civil en la alcaldía, yo hice las fotos y cuando estaba encuadrando a los testigos, me di cuenta que uno de ellos era el pastor Neri (el señor que hace dos años me invitó a almorzar a su casa, cuando visité por primera vez la isla). Hasta entonces lo saludé y le pregunté si me recordaba, me disculpé por no haberlo buscado antes. El último sábado también me entró ganas de caminar hasta la playa Guerrero, para disfrutarla sin escatimar tiempo. Y lo hice. Luego esperé al atardecer en la parte alta del camino. Y fue increíble, iridiscente. Lo fotografié.

Mi última tarde en el pueblo fue muy sublime. Salí desorientado de la alcaldía. Pasé por el puesto de Migración (inaugurado horas antes por Hugo Martínez, el actual ministro de Obras Públicas) y recordé que, una semana antes, le había dicho a uno de los empleados rotativos de migración que el martes que regresara ya no me encontraría en la isla. Me reí de eso. Y caminé sin rumbo.

En una calle me encontré a Génesis, la nieta de la señora que casi todos los días me cocinaba y me planchaba la ropa. Llamé a la niña por su nombre y no me hizo caso. Llevaba un bonito vestido fucsia. Parecía estar jugando escondelero con otro niño. Y la seguí hasta el atrio de la iglesia. Cuando me vio, me dio un gran abrazo (yo se lo devolví, a pesar de que un empleado de la alcaldía me dijo que me alejara de esa niña, porque ya sabía cosas de adultos o alguien la podía violar y luego echarme la culpa). Luego entré a la iglesita. Adentro estaban dos rezadoras y el sacristán. Éste último me preguntó algo.

-Cuándo se va? -me preguntó.
-Mañana.
-Y se va a llevar aquello?
-No tengo dinero para dejar un donativo a cambio. -le dije.
-Y para qué quiere llevarse a San Salvador a ese santo arruinado?
-Lo quiero para mandarle a tallar una cara y unas manos, que esté completo y conservarlo.
-Lléveselo, así nomás. Mejor que esté con usted y que no se termine de arruinar allí, así como está en el campanario.

Creo que la decisión del sacristán fue sabia. Con bastante fortuna, llevaba en mis manos el suéter rojo (que me ponía en la alcaldía para aguantar al aire acondicionado) y traté de envolver con él al santo. Me dio pena bajar del camapanerio con él. Mide más de medio metro. Génesis me preguntó que para qué lo había agarrado. Y yo le expliqué lo mismo que al sacristán. Luego fui a la casa y lo metí en la maleta, apenas cupo. Eso y el abrazo genuino de Génesis fue lo único que me hizo feliz ese día que, a diferencia de los días anteriores, terminó con nubarrones, lloviznas y relámpagos.

Hubo un misterio resuelto ese día. La última tarde que estuve en la alcaldía, Lemus, un empleado que trabaja en la otra isla (Conchaguita) me vio editando una fotografía de la señora que hace quesadillas. Y me dijo su nombre: "Ese señora es María Elvia Aguirre".

La dueña de Fugitivo se llama igual que mi abuela, María. Coincidencias. Me quedé con ganas de venderle las quesadillas en el pueblo y ganarme los $10 que me proponía. Me quedé con ganas de abrazarla. No dejo de sentir que debería cumplir con la ayuda que ofrecí a la iglesia de Meanguera del Golfo, buscar fondos para construir una más digna. Pensé que me iba de la isla sin deberle nada a nadie y tengo la sensación de lo contrario. Por todo lo bueno y por todo lo malo, gracias, Meanguera del Golfo.

Post data: mientras escribía este post, doña Emérita, una excompañera de la alcaldía, me pregunta por Facebook que por qué me fui sin darle un abrazo.



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